La
luna salía de su cáscara sin miedos
y
un carretel de estrellas
tomaba
su lugar en el gran techo.
Debajo,
nuestros pies de niños,
en
la rústica alfombra de gramíneas,
ansiosos,
buscaban el halo de luz
que
proyectaba cada astro.
Hace
un cuarto de mi vida, varios años,
algunos
rememoro, otros se han perdido
en
la antesala del pasado.
Hoy,
es el brillo de la ausencia
(¿los
seres que se han ido aún nos hablan?)
el
que encuentro en el cielo oscurecido.
Una
conexión premonitoria.
Nadie
mas que tú, nenito mío,
con
tus cuatro años de inocencia
me
pregunta si mirando las estrellas
hemos
de pedir un deseo,
ése
que solo ha de cumplirse cuando el sol del nuevo día
se
lleve las palabras.
María Andrea Mónaco